El mal de altura

Salud y seguridad

Todos hemos oído hablar del mal de altura; pero ¿qué significa realmente?, ¿cuáles son sus síntomas?, ¿resulta preocupante?
En este reportaje damos respuesta a éstas y a otras cuestiones que se pueden plantear sobre una dolencia más común de lo que en principio creemos.

Qué es

El llamado “mal de altura” o “mal de montaña” es la respuesta de nuestro organismo ante una mala adaptación a la altitud; pero ¿cuándo aparece?
En principio un individuo sano y con una forma física aceptable, tolera bien las altitudes inferiores a los 2.500 metros. A esta altura y con tiempo apacible, puede mantener una oxigenación aceptable sin apenas realizar esfuerzos.
A partir de los 3.000 metros es cuando pueden aparecer los problemas, sobre todo si la forma física no es la adecuada. Los trastornos de adaptación al déficit de oxigenación de la sangre comienzan a deteriorar la respuesta de nuestro organismo y pueden aparecer algunas complicaciones: se precisa mayor esfuerzo muscular, aumenta la frecuencia respiratoria (hasta 7-8 veces) y la de los latidos cardíacos, con el consiguiente consumo de energía; la tensión arterial también se ve afectada.
Se calcula que cada 100 metros de ascenso la temperatura ambiente desciende unos 0,7ºC; lo que significa que cada 1.000 m de ascensión nuestro cuerpo deberá soportar bajadas de temperatura de 7ºC desencadenando en nuestro organismo una serie de reacciones reflejas destinadas a hacer afluir mayor calor al eje corazón-cerebro en detrimento de mantener la temperatura en los miembros superiores e inferiores. Esto provoca el inicio de problemas de circulación sanguínea en zonas periféricas de los dedos, con lesiones iniciales de congelación progresiva. A mayor altitud, mayor pérdida de calor, escalofríos y calambres musculares.
El aire seco de la montaña, la falta de abastecimiento de agua más allá de una determinada cota, la sudoración fácil por cansancio crean las premisas de deshidratación que puede ser dramática. Cuando la pérdida de agua corporal afecta al 4-6 % del peso corporal la deshidratación es ya tan importante que puede comprometer la conciencia y la vida.
Pero, al igual que los factores meramente corporales, los factores ambientales juegan un papel de primordial importancia. Por eso debemos tener en cuenta los siguientes factores climáticos:

  • El descenso de la temperatura ambiental, a medida que se gana altura.
  • La disminución de la humedad relativa y/o absoluta del aire presente en la montaña; es capaz de sustraer del cuerpo mucho más vapor de agua que el aire de las zonas situadas a bajas alturas.
  • La irradiación solar que suele ser de ordinario mucha más intensa que en las llanuras.
  • El viento, que aumenta también en la altitud pues se encuentra ampliamente influido por el relieve, que se opone en mayor o menor grado a la circulación de las corrientes, siendo este elemento un importante factor de desperdicio calórico y de deshidratación para el organismo.

Síntomas

El mal de altura no suele tener consecuencias graves cuando la permanencia en altitud es breve, de ahí que no suela darse en esquiadores, pero sí resulta bastante habitual en aquellos que practican esquí de montaña.
En muchas ocasiones pueden aparecer algunos síntomas que muchas veces no se asocian con esta dolencia; el cansancio, que solemos achacar a los esfuerzos realizados, es un claro ejemplo de esto.
Los síntomas generales del mal de altura son: náuseas, mareos, inapetencia, palpitaciones, dolor de cabeza, taquicardia, fatiga respiratoria. Evidentemente en función de la intensidad con que estos síntomas se presenten, nos permitirán o no la realización de la actividad que teníamos proyectada en la montaña (aunque con limitaciones).
Otro síntoma habitual de esta dolencia es la euforia, no peligrosa de por sí, pero que puede llevarnos a realizar actividades de riesgo excesivo que traigan otra serie de consecuencias.
Los casos más graves de mal de altura suponen el edema pulmonar y/o el edema cerebral.
Ni que decir tiene que este problema no se manifiesta de la misma forma para todas las personas y que una misma persona puede reaccionar de manera diferente ante la misma situación.

Cómo evitarlo

Toda precaución es poca para evitar los síntomas antes descritos.
En principio evitar el mal de altura es muy sencillo, basta con realizar una correcta aclimatación basada en una adaptación gradual de la altura. Así, resulta imprescindible ascender lentamente es básico para dar tiempo a nuestro organismo a adaptarse a la nueva situación.
En caso de que se vaya a pasar una noche en altitud, se recomienda dormir unos 400 ó 500 metros por debajo de la cota máxima alcanzada, ya que muchos de los trastornos aparecen al final del sueño.
Ni que decir tiene que siempre deberemos partir de una forma física adecuada, que nos ayude a soportar los rigores de la altura.
Parece ser que la dieta hiperglucídica, rica en hidratos de carbono, féculas y azúcares favorece la aclimatación y tiene un efecto comparable al descenso de la altura fisiológica en unos 700 m.
Por otro lado, habrá oído hablar del denominado “té de coca”; se trata de una bebida comúnmente ofrecida a los turistas que sobrepasan las cotas de los 3.000 metros. El beberla tiene una mera justificación farmacológica: es analgésica, bradicardizante, provoca euforia y modera la respiración, mejorando en general la sensación subjetiva de cansancio.

Cómo tratarlo

Si, como resulta habitual, la sintomatología es leve, todos los dolores pasarán en poco tiempo. Para los dolores concretos de cabeza se utilizarán analgésicos comunes (ácido acetilsalicílico o paracetamol).
En caso de edemas deberemos ponernos en manos de un médico. Los edemas son tratados con diuréticos, sustancias que favorecen la eliminación de líquidos y, por tanto, reducen la presión celular.

Publicado en: Esquí, Salud y seguridad

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