Afecciones producidas por el sol

Salud y seguridad

Los deportes que se practican en la montaña implican siempre cierto riesgo provocado por el propio medio en el que se desarrollan y, en muchas ocasiones, por la climatología.
Con la llegada del verano es el sol el mayor riesgo que deberá ser tenido en cuenta en nuestras escapadas. Desde las quemaduras cutáneas, que pueden llegar a revestir cierta gravedad en función del grado que alcancen y la zona, hasta las comunes insolaciones; lo cierto es que debemos tener mucho cuidado con el astro rey, incluso en los días nublados, pues el vapor de agua de las nubes apenas absorbe la radiación ultravioleta.
A continuación comentaremos las afecciones más comunes causadas por el sol, cómo prevenirlas y cómo curarlas en caso de que resulte necesario.

Quemaduras cutáneas

A todos nos ha sorprendido alguna vez quemarnos en zonas muy poco habituales mientras esquiamos (la zona por debajo de la barbilla es un ejemplo claro). El motivo es sencillo: el reflejo de los rayos solares contra la nieve provoca que éstos se disparen en todas direcciones, por lo que podremos estar recibiéndolos en zonas donde ni siquiera nos damos cuenta.
Todos conocemos los síntomas de una quemadura: la piel se pone roja y de inmediato comenzamos a sentir un escozor y, en función del grado de quemadura, cierto dolor (sobre todo cuando rozamos la quemadura). Tras esto pueden aparecer ampollas y, transcurridos unos días, la zona afectada acabará por desprenderse.
La piel tiene una serie de mecanismos naturales de adaptación y defensa para protegerse de las agresiones de las radiaciones solares como el espesamiento de la capa córnea, la producción de melanina, la activación de moléculas antioxidantes, los sistemas de reparación del ácido desoxirribonucléico (ADN) y la secreción de citoquinas. Sin embargo, todos estos mecanismos de protección son insuficientes para la mayoría de las personas y, más aún, para aquellas que permanecen largo tiempo expuestas al sol.
La prevención pasa siempre por el uso de CREMAS PROTECTORAS. Imprescindibles. En la nieve siempre se recomienda, haga el tiempo que haga, el uso de cremas protectoras para evitar quemaduras.
Baste decir que, mientras la tierra refleja el 10% de la luz y el mar el 25%, la nieve lo hace la increíble cifra del 85%, aumentando además su intensidad un 10% por cada 1.000 metros de altitud. Razón más que suficiente para convencernos de la necesidad del uso de estas cremas.
Según los dermatólogos, estas cremas deben aplicarse media hora antes de la exposición al sol, y se irán renovando cada dos horas como mínimo (lo cual se calculará en función del factor de protección y del tipo de crema).
Conviene no dejarse ninguna zona sin cubrir (recuerde que en la nieve el sol puede darnos en las zonas más insospechadas): las orejas, muñecas, cara, cuello…
Tampoco podemos pasar por alto los labios, que enseguida se agrietarán con la acción del sol pudiendo producir heridas o incuso herpes labiales si no los protegemos correctamente con un buen lápiz labial con factor de protección. También en este caso es importante no olvidar la necesidad de una renovar constantemente la aplicación, sobre todo después de comer o beber.
En cuanto al tratamiento adecuado, poco podremos hacer una vez que la quemadura se ha producido. Lo primero será evitar que el sol vuelva a incidir sobre la zona afectada.
Colocar un paño húmedo con algo de vinagre es un remedio casero útil, pero difícil de realizar cuando nos encontramos en la montaña.
En ocasiones, puede ser necesaria la administración de antihistamínicos, pero oralmente, ya que si se dan en forma de crema pueden generar una dermatitis alérgica de contacto.

Problemas en los ojos

Todos los expertos afirman que un día completo en la montaña, con sol y sin protección ocular, es más que suficiente para provocar problemas serios en nuestra vista… ¡como para olvidar las gafas!
Los rayos ultravioletas (U.V.) pueden deteriorar de manera irreversible nuestros ojos.
Los problemas que generan pueden ser múltiples, yendo desde “simples” irritaciones hasta la pérdida provisional de la visión, conocida como “la ceguera del esquiador”.
Por ello y para evitar cualquier tipo de lesión ocular se hace imprescindible el uso de gafas de sol especiales para esquiadores, estas gafas incluyen unos filtros que disminuyen parte de la luz que entra, evitando de esta forma el deslumbramiento, la distorsión de las imágenes, los reflejos y la alteración del color entre los objetos.
Las gafas de sol y las máscaras (hoy en día muy generalizadas) no sólo sirven para proteger nuestra vista, sino que además nos van a ayudar a mejorar notablemente nuestro rendimiento, gracias a los tratamientos especiales que se aplican a los cristales. Si la protección de la vista, el confort y el diseño son las características que todo esquiador busca en unas gafas, debemos tener en cuenta que nuestro rendimiento también se verá enormemente favorecido gracias a una total seguridad y definición óptica.
Por otro lado conviene ser consciente de que el hecho de que el día se presente nublado no supone, ni de lejos, que las nubes detengan la acción de los U.V. Puede que la luz sea menor, pero el efecto de estos rayos será igualmente nocivo para el esquiador.
Después de varias horas esquiando sin gafas, la sensación puede tornarse muy desagradable: un constante escozor en los ojos proseguido de un lagrimeo persistente que nos impedirá una correcta visión de las pistas, lo que al final se traduce en un esquí incómodo e inseguro, siendo uno de los principales motivos de accidente.
En caso de que perdiéramos las gafas durante la actividad, deberemos adoptar una simple medida de prevención: siempre que el terreno lo permita, ascenderemos con los ojos cerrados durante todo el tiempo que nos resulte posible, abriéndolos de manera intermitente para poder visualizar los siguientes metros y caminar con algo de seguridad.
En caso de que sintamos escozor aún cuando nos encontremos ya en casa, deberemos tratar de proteger los ojos de cualquier fuente luminosa.

Publicado en: Esquí, Salud y seguridad

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